miércoles, 1 de agosto de 2012

Participación

Esta mañana me levanté y prendí la radio. Luego de escuchar atentamente un programa de noticias sobre economía y política, la apagué con la sensación que este concepto, el de participación, es una “palabra-comodín” que todos usamos insertándola en cualquier lado, emitiendo el mismo sonido pero interpretándolo de forma diferente. Conclusión: cada cual parece tener su propio diccionario. Consecuencia: incomunicación en alza. Antecedente: el mal ejemplo de muchos referentes que, no solamente no intentan despejar tal situación, sino que en realidad parecen querer alimentarla.

Y entonces ¿cómo podríamos entender la participación para despejar confusiones? Apelando a la lógica de un ciudadano, podríamos decir que, para que haya "algo" que pueda llamarse participación, debería existir un grupo humano con una necesidad manifiesta que es indispensable resolver de manera colectiva, es decir la necesidad de obtener determinados logros que solo resultarían posible si se trabaja de forma conjunta, pues individualmente, sería imposible (por aquello de la sinergia).

Ahora bien ¿de qué manera se puede trabajar de manera conjunta sino a través de la elaboración de un plan que considere e incluya a todos aquellos individuos pertenecientes a tal grupo humano y que, a su vez, les brinde oportunidades a cada uno  -asignándoles responsabilidades y recursos- para que cada cual pueda ejecutar eficazmente su función

Un Plan
Un plan de esta naturaleza requeriría de una base que de sustento al mismo, y esa base es lo que podríamos llamar un acuerdo colectivo de participación, acuerdo que debe ser aceptado y respetado por cada uno de los miembros, en la idea común de aportar conocimiento y capacidades individuales que previamente deben ser aprendidas, luego mejoradas y finalmente expresadas. Caso contrario, no existiría esa "tal cosa" llamada participación y todo aquello que en su nombre se manifieste, no sería más que una sencilla falacia, un temporario disfraz o una sutil forma de mantener a los "participes" en un estado de confusión y autoengaño.

En cambio, un plan acordado aporta beneficios tanto en lo individual como en lo colectivo. En lo individual, pues las personas participantes desarrollan progresivamente capacidades y  compromisos, por lo que se genera una positiva apropiación del proyecto. En lo colectivo, pues un crecimiento desde lo individual, aumenta las probabilidades de éxito del proyecto y su permanencia.

Entre los beneficios tenemos: cada cual tendría un qué-hacer y por lo tanto una responsabilidad frente a la “institución proyecto” (representado por el propio colectivo); cada uno lograría además obtener unos beneficios determinados que le permitiría responder a sus propias necesidades; cada uno se sentiría útil en lo colectivo con lo cual  se genera una inercia positiva; finalmente –en una lista no exhaustiva de beneficios- permitiría un progreso en lo individual que repercutiría beneficiosamente en lo colectivo, cerrando así este círculo virtuoso.

Los componentes
Cerrando la idea, enumeremos entonces los componentes de la participación: una necesidad colectiva manifiesta, un acuerdo para satisfacerla, un plan, unas funciones, unos recursos y mucho trabajo en equipo. Si estos pocos elementos se articulan apropiadamente, el logro del propósito está asegurado.

¿Por qué entonces tanta confusión? ¿Será que la claridad y la simplicidad reflejan la realidad de una manera inconveniente? ¿Será que el paradigma vigente vuelve ciegos e insensibles, justamente, a los responsables de simplificar? ¿Será que es conveniente confundir este concepto con otros menores como opinar, comprar, ir a actos, aparecer en TV, en radios, en diarios, etc.?

Participar es un verbo de categoría superior, relacionado íntimamente al concepto de utopía, el cual tenemos la obligación de aprender a conjugar en primera persona del plural, si aspiramos a construir una "realidad" que pueda crecer y sostenerse en el tiempo. 

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