domingo, 30 de junio de 2013

Ironía, beligerancia y comunicación

Ironía.
(Del lat. ironia)
1. f. Burla fina y disimulada (ademán, palabras, acción con que se procura poner en ridículo a alguien).
2. f. Tono burlón con que se dice.
3. f. Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice.
Beligerante.
(Del lat. belligerans, -antis)
1. adj. Dicho de una nación, de una potencia etc. que está en guerra.
2. adj. combativo (dispuesto o proclive al combate, a la contienda o a la polémica)
.
La ironía en Argentina parece ser una invitada que día a día se ha ido adueñando de lo que es nuestro espacio, nuestro territorio, nuestra intimidad. A pesar de su tono picaresco (ese suele ser la primera impresión que causa) se la termina percibiendo como invasiva, agresiva, desubicada y no predispuesta al diálogo respetuoso. Más bien todo lo contrario, lo que suele molestar o irritar los ánimos de quienes aspiran a vivir en paz y tratando de comunicarnos “en serio” para resolver las cosas que debemos resolver “en serio”. Las bromas, por un rato o a lo largo de un día de fiesta, suelen ser un refresco para el alma, pero cuando se pretende que vivamos en broma, la ironía suele convertirse en muchos casos en un verdadero hastío para el espíritu.

Y hoy, pareciera ser que si no se es irónico, no se puede comunicar nada. Esta forma de transmitir ideas a través de cierto tono burlesco, se ha convertido en un virus que afecta a casi todos los medios, sean estos radios, TV, gráfica, blogs, páginas web, etc. Inclusive nuestras charlas cotidianas con familia, amigos, vecinos y relaciones sociales. Todos quieren ser chistosos. Es más, hay comunicadores que no logran sostener una entrevista completa si no interrumpen a su entrevistado, a cada instante, con alguna “salida” con pretensiones evidentes de mostrar un "fino sentido del humor". Aunque su entrevistado sea un científico que, se nota a todas luces, está haciendo un gran esfuerzo en comunicar “lo suyo” de una manera simple a la audiencia. No importa.

Pareciera ser parte de las premisas actuales: “no tires mala onda”, “mejorá tu sentido del humor”, “no te tomes las cosas tan a la tremenda”. Y todas estas frases –cargadas de lógica, sentido y  buena voluntad-  terminan por convencernos que “debemos ser graciosos” para alegrarnos la vida.

Cuando a uno le toca actuar de anfitrión y hace los esfuerzos correspondientes para recibir con amabilidad, calidez y respeto a los invitados, suele ser muy molesto que aparezca algún "comediante" que todo lo que sabe hacer es interrumpir de forma  inoportuna con chistes y ocurrencias que, aunque sean muy buenos al comienzo, suelen terminar fastidiando los ánimos.

Porque, ante las dudas que nos aparecen sobre las motivaciones de quienes intentan ser graciosos a ultranza, surgen algunas preguntas, como por ejemplo:
- A la ironía ¿se la suele utilizar más como burla o como figura retórica?
- ¿Qué se piensa que puede provocar una frase irónica en el ánimo de quien escucha?
- ¿Siempre será de risa o admiración por la “inteligencia” de la frase?
- ¿Provocará otro tipo de sensaciones o de sentimientos?
- ¿Para qué sirve la ironía en un ámbito comunicacional? Y sobre todo cuando es institucional ¿corresponde, no se puede tomar como falta de respeto a quien no está de acuerdo con lo que decimos?
- Es decir ¿siempre es válida su uso o solamente en circunstancias particulares?
- ¿Puede generar reacciones imprevistas en nuestro interlocutor?
- ¿Cómo afectará una ironía a alguien que está de buen humor y cómo a alguien que está cansado, fatigado o molesto por algo?
- ¿Por qué la gente suele ser irónica? ¿O hay una “para qué” por detrás?
- ¿Será que el lenguaje ha perdido fuerza y significado, haciéndose necesario un refuerzo mediante expresiones que den a entender “lo contrario” de lo que queremos expresar?
- ¿Y qué impacto produce en el oyente cuando quien habla recurre sistemáticamente a esta forma de expresión?

Hoy la ironía parece ser parte de nuestra idiosincrasia. Somos irónicos, aunque quizás no nos demos cuenta del impacto que una ironía sostenida y sistemática puede provocar en quien o quienes nos escuchan. La ironía puede ser usada apropiadamente como un ariete en situaciones particulares donde sea necesario  “romper defensas” que puedan impedir el encuentro, o quizás, para distender una situación que se torna demasiado tensa.

Pero, lo que no puede entenderse, es que se convierta  en el centro de atracción de toda comunicación constructiva entre aquello humanos preocupados por descubrir alguna fórmula que facilite las mejores relaciones interpersonales.