miércoles, 17 de abril de 2013

Corrupción y daño espiritual


En la entrada anterior, presentábamos un esquema que intentaba mostrar las dos zonas ambientales posibles en las que los seres humanos, como sociedad, podemos desarrollarnos: la zona de sostenibilidad ambiental y la zona de adversidad ambiental. Decíamos además que la base de las mismas era la zona de sustentabilidad y correspondía a la propia naturaleza, evolucionando a ritmo lento sin la presencia de su principal depredador: el hombre. Por otro lado, hacíamos un planteo por el cual nos preguntábamos si no estábamos frente al riesgo de fracaso ambiental que terminaría por romper el frágil equilibrio del cual todavía hoy disfrutamos.

Y sería necesario y oportuno recordar que, cuando hablamos de ambiente, no estamos hablando solamente de perritos y gatitos, de aire puro, de florcitas multicolores y arroyos que “corren” por el bosque. No, estamos hablando, además de todo eso que también es ambiente, del hombre, de su cultura y de su comportamiento social, pues es la sociedad organizada y nada más que la sociedad organizada, con sus aciertos y con sus errores, quien aparece como la única y última responsable de que los perritos jueguen y las florcitas crezcan.

Lo que hoy se observa en casi todos los medios de comunicación, es la perturbadora convicción, creciente y sostenida en una buena parte de la sociedad, de que nos estamos deslizando por una pendiente muy resbaladiza hacia un estado muy cercano al mencionado fracaso ambiental.

Y si bien, de ninguna manera estamos emitiendo juicios condenatorios o absolutorios sobre persona alguna, sí debemos decir -con todas las letras- que socialmente se tiene la convicción de que las pornografías farandulescas del poder (dentro de cualquiera de sus intersticios, privados y públicos), no solo son totalmente inapropiadas e inconvenientes para nuestro crecimiento y nuestra calidad de vida, sino que son generadoras de múltiples formas de violencia, de perturbación y de un sostenido y perverso daño espiritual en todo el cuerpo de la sociedad.

Cualquiera puede darse cuenta que somos lo que sentimos; si sentimos frustración, somos violencia, si sentimos reconocimiento somos agradecimiento, si sentimos respeto somos respetuosos, si sentimos amor, somos vida. Si sentimos que nos toman de estúpidos, somos fuerza de repulsión para el estúpido agresor. Es un dar y recibir. Es una ley que mucha gente, sobre todo los poderosos, parecen no querer entender. ¡Y se siguen comportando como chicos que juegan a ser grandes y se visten con ropas impropias de su edad que, a todas luces, les queda grande..!

La injusticia es uno de los peores males sociales, sino el peor. Cualquier cosa puede ser tolerada cuando uno se siente sólidamente vinculado y medianamente protegido. Inclusive puede uno sobreponerse a una crisis, a una catástrofe natural, a una guerra. Pero, la injusticia tiene la propiedad de sacar absolutamente de quicio al más tolerante y pacífico de los mortales. Lo lleva, poco a poco, desde un ser humano racional, espiritual, a uno que aparece como un inhumano-irracional. Y un ser de esta naturaleza tiene una sola forma de responder; forma que los máximos responsables del estado deben evitar a toda costa que pueda manifestarse, pues la misma podría presentarse de una manera brutal. Es muy difícil sobreponerse en paz a una injusticia de naturaleza sistemática, aunque el esfuerzo por lograrlo sea necesariamente válido, dolorosamente vigente y se nos presente como un desafío ético del momento.

Una persona puede sufrir degradación en el nivel más denso de su vida, el físico, y seguir adelante; se recupera. Puede sufrir daño en el ámbito de sus emociones o sus sentimientos, y seguir adelante; se recupera. Una persona puede incluso sufrir daño en su nivel mental e intelectual y se recupera. Una persona que sufra daño de naturaleza y nivel espiritual –lugar donde alberga su memoria, su conciencia, su vocación- ¿podrá recuperarse como persona completa o “mutará” a un nuevo ser de comportamiento impredecible? ¿Qué esperan, poderosos, para reaccionar y dejar de jugar a ser ciegos, insensibles e incapaces dioses? ¿No hubo suficientemente tiempo de aprendizaje todavía para saber que aprender ajedrez es éticamente superior e infinitamente más productivo, que seguir jugando solamente al cruel y estúpido Jenga?

¿Dónde está el Estado -principalmente fiscales y jueces con intenciones de ser honestos, justos, cabales, respetuosos del mismo espíritu de la ley que dicen hacer cumplir en sus fallos- que nos den respuestas rápidas y efectivas para despejar de raíz, si es que existe tal propósito, cualquier sombra de duda y pueda colocar a quienes corresponda en el lugar que corresponda y en el menor tiempo posible? ¿Podrán terminar con el virus de la impunidad, de la corrupción, del desquicio? ¿Podrá una institución hacerse sobre si misma una tan dolorosa operación? ¿O todo esto irá, lentamente, diluyéndose en una "justa nada"?

¿Podrán los distintos centros del poder público hacer algo parecido? ¿Soltarán la "teta del estado" las corporaciones? ¿Se animarán los líderes espirituales a ponerle el nombre que le corresponde a cada cosa, en vez de continuar con el juego de las ambigüedades diplomáticas? ¿Podrán los partidos políticos dejar de verse como enemigos y empezar a construir confianza mutua para sentarse a consensuar políticas de estado para los próximos 100 años? ¿Podrán los sindicatos dejar de mirarse "el pupo" de sus corporativos "derechos absolutos" y empezar a educarse en el respeto y cumplimiento de sus deberes y obligaciones? ¿Podrán los economistas dejarse de joder con fórmulas que nadie entiende y explicar que la base y sustento de una economía no especulativa es que cada uno  produzca como mínimo lo que consume? ¿Podrán los educadores reconvertirse en verdaderos ejemplos de vida, como siempre fue, en vez de sostener un estatus degradado con el solo fundamento de "ser  trabajadores que defienden sus sueldos"? ¿Podremos darnos cuenta qué es causa y qué efecto? ¿Podremos como ciudadanía, cualquiera sea nuestro estatus, empezar a pensar en plural y abandonar, aunque sea de manera ejemplificadora, nuestro individualismo? 

En síntesis ¿podremos cada uno de nosotros según nuestra posición y función, cambiar el foco actual de "mis derechos por sobre todas las cosas" por el de "mis deberes" con igual sentido de urgencia? ¿O todavía no nos dimos cuenta de que "mis derechos" se consuman a través del cumplimiento del "deber de otro", y que si "ese otro" no cumple con "su deber" -porque privilegia el reclamo de "sus derechos"- nunca podré yo hacer efectivos "los míos"? Es una rueda, una calecita. Se ve que de adultos nos hemos olvidado bastante de jugar y de aprender de las cosas simples. ¡Hemos enredado tanto la vida! 

Hace algunos años alguien dijo: el frío es mucho más intenso inmediatamente antes del alba. ¿Significará algo en esta Argentina, tanta sensación de “congelamiento moral”?

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