sábado, 2 de febrero de 2013

¿Sostenibilidad con corrupción?


Mientras trabajo, suelo escuchar radio. Casi siempre AM, a veces música en FM. En algunos de estos programas, se oyen cosas que disparan ideas. Y esto es lo que pasó hace un rato mientras escuchaba a un periodista entrevistar a un político.

El tema del que hablaban tenía que ver con las siguientes palabras claves: ambiente, sustentabilidad-sostenibilidad, Estado, partidos políticos, sociedad organizada, estrategias de defensa social, elecciones, voto.

La conversación fue llevada por el periodista, esencialmente, hacia las promesas no cumplidas por políticos, respecto de aquello qué iban a hacer (antes del voto) y de lo que realmente hicieron (después de haber sido votados).

Por supuesto que de lo que se trataba era del irracional, nefasto y desmoralizador “truco político preelectoral”, viejo conocido de aquellos que llevamos algunos años en el alma.

Sustentabilidad y Sostenibilidad

Estas dos palabras –que suelen ser utilizadas sin mayores precisiones, como pasó en la audición de radio de referencia- nos dirigen al concepto de ambiente.

Éste concepto -el de ambiente, ya analizado en un texto anterior de este blog- pareciera que no termina de quedar claro (hay tantos intereses de por medio!); y sin lo cual sería dificultoso avanzar hacia la diferenciación de lo que entendemos por sostenibilidad sustentabilidad, ya que -desde nuestra óptica- son dos términos esencialmente distintos que hacen referencia a dominios absolutamente distintos de la realidad.

Reiteramos como base para el análisis, lo ya dicho en Naturaleza, Ambiente y Sociedad (Ago.2012): “el ambiente es el dominio universal en el cual se desarrolla la vida, por lo que o colaboramos o interferimos. Si decidimos colaborar deberemos aprender a participar desarrollando capacidades que nos permitan ser útiles; si decidimos interferir solo necesitaremos reafirmar nuestro actual esquema especulativo”.

En el mismo texto expresábamos una diferencia profunda, tajante, abismal, entre dos conceptos opuestos: especulación y participación. A su vez, relacionábamos el primero con la interferencia al desarrollo de la propia vida y al segundo con la colaboración con ésta.

En este punto es oportuno expresar, a nuestro entender, la diferencia central entre lo sostenible y lo sustentable. Para ello es útil preguntarnos ¿utilizando cuál sistema referencial podríamos establecer esta diferencia? Nos respondemos: con la propia naturaleza, cuyas leyes regulan el conjunto de la vida toda.

Entonces ¿cuál es la diferencia?

Decimos que lo sustentable, lo único que podría considerarse dotado de este atributo, es la propia Naturaleza, cuyos miles de millones de años de historia atestiguan la particularidad de haber generado las condiciones necesarias para el desarrollo y sostén de la vida, en sus diversas manifestaciones. Y -si nadie se opone- todo parece indicar que continuará su camino con esta “raza humana dentro del planeta” o sin ella. Dice un antiguo poema “… y sea que te resulte claro o no, indudablemente, el universo marcha como debiera” (Desiderata).

Lo sostenible en cambio pertenecería al dominio de lo social, cultural, humano. Y es (o sería) el estado óptimo que podríamos lograr y mantener sin provocar más que un mínimo impacto sobre la naturaleza, de forma tal de permitirnos obtener los recursos necesarios para el desarrollo de nuestra vida sin comprometer las posibilidades de las generaciones venideras (Nuestro Futuro Común, 1987).

Y entonces ¿qué hechos, circunstancias o acciones permitirían acercarnos a una vida sostenible, la cual sería –según lo expresado- nuestra máxima aspiración como “sociedad civilizada”?

Es necesario anticipar que la corrupción ¡nos aleja de ella!

Estado y Corrupción (1)

Nos dicen que pertenecemos a un estado democrático y que somos ciudadanos de un estado democrático. Muchos se quedan con ese fascinante sonido que facilita la creación de imágenes y sensaciones halagadoras respecto de nuestra condición, de nuestra situación, pero no de nuestro futuro, el cual se presenta absolutamente incierto.

Bien, pero ¿qué es el Estado? ¿Cuáles son sus componentes? ¿Cuáles relaciones se establecen entre dichos componentes? ¿En qué nos afecta o promueve? ¿Cuáles son nuestras responsabilidades para con él?

Y remarcamos el concepto de Estado pues es él (“nosotros” en última instancia) quien genera, aprovecha y favorece la corrupción o quien intenta ponerle freno y desterrarla, identificando sus causas y despejándolas a través de verdaderas políticas de estado.

Es muy importante y necesario visualizar que la corrupción es un atributo (o mejor dicho un anti-atributo) del propio Estado, el cual está conformado esencialmente por un pueblo (con su historia y circunstancias), un territorio (dotado de recursos limitados) y un poder político, surgido del propio pueblo, organizado jurídicamente (constitución, leyes, instituciones, etc.).

Por lo cual las múltiples y virtuosas/viciosas relaciones entre estos componentes definirán finalmente la condición de salud o enfermedad de una sociedad y un ambiente dados, en un momento histórico dado y en un territorio determinado.

Dicho esto nos preguntamos si un Estado “enfermo” o corrupto (que en este caso sería lo mismo), tiene alguna posibilidad concreta y efectiva de alcanzar un desarrollo sostenible.

La naturaleza es sustentable sencillamente porque en ella hay una ley natural que es “respetada” en toda su profundidad y amplitud. Desde el comportamiento de las partículas subatómicas hasta el viaje cósmico de una galaxia; desde la formación de un cristal mineral hasta el funcionamiento equilibrado de una célula; desde el crecimiento regular de un organismo hasta su decadencia y muerte. En todo el mundo natural, hay una manifestación de orden (palabrita ésta que, a pesar de que fue perdiendo intencionadamente su valor, sigue siendo esencial para el dueto sustentabilidad / sostenibilidad).

Y decimos que, para que sea posible la existencia de la sostenibilidad, debe existir, entonces, un marco de conductas ciudadanas respetuosas de la ley social y del espíritu constitucional/institucional en el cual nos desenvolvemos como personas. Sin respeto a la Ley, no hay sostenibilidad alguna, solo un campo propicio para que florezcan los desvíos y la corrupción, enemiga principal de cualquier idea que pueda querer incluir el concepto de “durabilidad”, como lo es el de sostenibilidad.

Ningún sistema perdura sin conductas que, conocedoras y respetuosas de sus reglas de juego, lo sostenga.

Y volviendo al comienzo, donde hablábamos de promesas preelectorales incumplidas, cerramos este texto expresando a viva voz un mensaje dirigido, en primer lugar a los "políticos con aspiraciones" y en segundo lugar a la misma ciudadanía: 

"Un ambiente sano con aspiraciones de sostenibilidad, comienza con ideas claras –surgidas  de ricos intercambios entre ciudadanía e instituciones, sobre el real significado del ambiente y su conservación-, sigue con acuerdos sectoriales responsables, continúa con el diseño y aplicación de políticas de estado representativas, se enriquece con el aprendizaje, la investigación y la mirada cotidiana de la ciudadanía y sus organizaciones y concluye con una conciencia colectiva sobre esta refrescante forma de vida que tendría un solo y único nombre, mayúsculo, sólido, verdadero: par-ti-ci-pa-ción".

Todo lo demás, pareciera acercarse a un oscuro y malintencionado juego de aquellos que aspiran a la anti-democracia, al anti-ambiente, a la anti-vida.

Desde dónde, hacia dónde

¿Dónde estamos parados? ¿Desde dónde venimos? ¿Qué horizonte imaginamos? ¿Qué estaríamos dispuestos a sacrificar para alcanzar aquello que “decimos soñar”?
-Estamos parados en un “espacio” particularmente especulativo, de naturaleza beligerante, favorecedor de las peores desconfianzas, avasallante, oportunista, inseguro, individualista, turbulento, incierto.
-Este mismo espacio, a su vez y contradictoriamente, está habitado por personas con buenas intenciones, agradable, con deseos de cambio, heterogéneo, colorido, quejoso, emotivo, ruidoso, desordenado.
-Personas que poseen visiones, valores y hábitos heredados de culturas diversas e  historias diferentes, todo lo cual -lógicamente- puede dificultar los entendimientos, pero nunca abolirlos.
-Personas y colectivos que decimos saber qué queremos y anhelamos, pero que no atinamos a lograrlo.
-Indiscutiblemente falta un rol activo, que es el del propio Estado, desde el propio territorio, desde la propia Constitución, desde la misma ciudadanía. Leyes no faltan; la ley Nº 25675, Ley General del Ambiente (de presupuestos ambientales mínimos), existe desde 2002. Observen los conceptos claves de esa norma: preservar, recuperar, mejorar, recursos ambientales, calidad de vida, participación social, uso sustentable de recursos, equilibrio, sistemas ecológicos, diversidad biológica, prevención de efectos nocivos, valores, conductas sociales, desarrollo sustentable, información ambiental, libre acceso a la población, sistema de coordinación.
-Ante tanta declamación ¿qué falta? Solo falta valor y voluntad política de quienes dicen representarnos para que, las loables intenciones expresadas en un desprestigiado documento legal puedan convertirse en efectivas realidades susceptibles de ser conocidas, respetadas y vividas de manera cotidiana por los hombres y mujeres que habitamos este suelo.

En 1939 José Ortega y Gasset nos decía desde una conferencia en La Plata: "¡Argentinos, a las cosas! Queriéndonos significar -hace ya casi 3/4 de siglo- que debíamos dejar cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos, de desconfianzas, todo lo cual mataba (y sigue matando) la fe pública y retrasa el andar hacia una vida plena de los pueblos.

¿Cuáles serán “las cosas” a las cuales debemos dirigir hoy nuestra atención, nuestro esfuerzo, nuestra inteligencia?

Seguramente hacia formas alternativas factibles para construir -paso a paso- un Estado sano, libre de corrupción, con políticos, funcionarios y referentes sociales que demuestren valor, prudencia, inteligencia y capacidad de compromiso para generar en nosotros aquella olvidada satisfacción de pertenecer a una institución y a un suelo donde podamos creer, aprender, crecer, participar, vivir!

¿Será esto ingenuidad? Quizás su verdadero nombre sea utopía, y la percibida ingenuidad no sea más que un atributo necesario de aquella.

(1) Ver Glosario

2 comentarios:

  1. Muy interesante el articulo, Fernando. Gracias por compartir todos estos pensamientos y cuestionamientos!
    Saludos
    Carlos Romero

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  2. Hola Fernando, lo tuyo, no es "ni mas, ni menos" que una saludable Filosofía de Vida, y el Estado, debería ser quien lo impulse a traves de la Educación. No quiero ser pesimista, pero creo que la humanidad debería nacer de nuevo.....!!
    Me debes "El café"...!!
    Un abrazo / Sergio

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