Como continuidad de la entrada
anterior, creo necesario aclarar algunas ideas alrededor del concepto de
corrupción y de porqué decimos que no puede haber un "Estado
sostenible-Ambiente sostenible" si no despejamos la
corrupción, tanto del corazón del propio Estado, como de su periferia y de
cualquiera de sus "infinitos" rincones donde se tejen fantasiosos
sueños de poder.
Somos Estado
En principio,
como premisa fundamental, creemos importante remarcar que cada uno de nosotros
tenemos el deber de sentirnos incluidos en el Estado. Somos, como ciudadanía,
parte del Estado (organizado en cuatro componentes, según dijimos en ¿Sostenibilidad
con corrupción?. Ver imagen del título)
Y nosotros,
como parte vital del Estado, elegimos de manera periódica -y no siempre con las
mejores alternativas a la vista- quiénes van a gobernarnos. Pero elegimos y por
lo tanto delegamos. Nosotros. Primera persona del plural.
Por otro lado,
decimos que la corrupción (ver Glosario) está asociada indisolublemente al
Estado, ya sea por acción o por omisión. Y esto es tan así, que esta corrupción
nace y se va desarrollando desde la propia ciudadanía, a través de sus valores,
hábitos individuales o aceptaciones colectivas (forjados a lo largo de una
historia específica que le imprimió un estilo particular de manifestarse)
y se va haciendo, poco a poco, "carne social" en la medida en que no
somos capaces de pararla "en seco", identificándola, mirándola de
frente y elaborando conductas que la destierren de nuestra cotidianidad.
La corrupción
puede tener el "tamaño y volumen" que permitamos que tenga. Claro
que, una inconducta individual, fruto de una circunstancial particular, no
necesariamente podría ser tildada de corrupción, sobre todo si existe la
actitud de reconocerla y corregirla. Pero, si esa misma acción, la terminamos
aceptando y justificando, seguramente continuaremos repitiendo y consolidando
dicha inconducta.
Esta enfermedad
de reafirmación de las inconductas, como hecho aceptado socialmente, es aquello
que finalmente termina ascendiendo por la pirámide hasta posicionarse en las
más altas jerarquías sociales y de gobierno, reforzando de esta forma, aún más,
las causas de esa misma corrupción. Un hermoso circulo vicioso. Y absolutamente
corrupto.
Y, desde estos
espacios de jerarquía, se las sigue alimentando a través de la satisfacción de
todas y cada una de las tentaciones que van apareciendo en los ámbitos del
poder. Tentaciones que, en vez de ser enfrentadas desde la fortaleza de
"hacer lo correcto" o "lo más justo" -según la función y
responsabilidad que se asume como funcionario o gobernante- se la enfrenta
desde una debilidad ética y moral, afianzada en ese ciudadano-ahora-gobernante que
solo aprendió a "trepar" dentro de una política partidaria
incoherente, pagando todo tipo de "peaje" para llegar -lo más rápido
posible- a la posición ambicionada y poder zafar, o lograr el tan ansiado éxito
o la salvación económica. Solo o con su grupo de apoyo, no importa cómo.
Lo que realmente importa es “disfrutar, circunstancialmente, de esa
falsa sensación de ser diferente y estar a salvo".
Aunque
debiéramos saber que, cuando se habla de corrupción, el estar a salvo “para
unos pocos” es causa de desgracia “para unos muchos". Y esto, no solo es
inaceptable desde todo punto de vista (humano, ético, social), sino que es muy
peligroso.
Debilidades y
fortalezas
Y ¿qué podemos
percibir detrás de la corrupción?
Podemos
visualizar la existencia de debilidades propias de aquellas personas
indeterminadas éticamente; debilidades que podríamos
llamar anti-virtudes y que son las que, en nombre de la democracia,
generan desconfianza, indiferencia, anomia ciudadana -con su pesada carga de
violencia- y que terminan finalmente asesinando a la participación, eje
esencial de todo Estado que se presuma democrático.
Las debilidades
a que nos referimos son: la cobardía, el desenfreno,
la astucia y el descontrol.
Como
contrapartida ¿cuáles serían las virtudes necesarias que podrían despejar esta
situación? Creemos que son la contrapartida de aquellas, es decir: el valor,
la prudencia, la inteligencia y el equilibrio
Lo planteado,
si bien simple no es fácil, pues está referido a cambios culturales
los cuales necesitan de tiempo y a veces, sufrimiento.
Pero,
independientemente del tiempo que nos lleve ver los resultados, lo primero que
se requiere es un claro y sincero reconocimiento de la situación. A
su vez se debe aceptar la imperiosa necesidad de un cambio, con signos de
permanencia, y de un plan que nos permita progresar colectivamente, erradicando
esta terrible debilidad que logra transformar cualquier sólido fundamento
social en un gigante con pies de barro.
Conductas
ciudadanas e institucionales
Y entonces,
volviendo a la pregunta de cómo la corrupción del Estado repercute e
imposibilita la tan declamada sostenibilidad ambiental, llegamos a la
conclusión de que se han ido estableciendo con el tiempo un conjunto de
relaciones inapropiadas entre los distintos componentes del Estado (y del ambiente
por extensión) que mueven sistemáticamente la rueda de la corrupción, provocan
contaminación y sostienen la confusión.
Esta rueda
podemos imaginarla a través de las conductas de sus dos actores centrales: las
instituciones (desde lo orgánico o sistémico) y la ciudadanía (desde lo
individual). Actores que deben decidir colectivamente, a través de los canales
institucionales, si desean continuar con la especulación a ultranza o
si en cambio desean emprender un renovado camino de participación
verdadera.
Desde lo
institucional (Gobierno) es necesario que se acepten los desafíos, que se
generen espacios de participación vinculantes, que se desarrollen políticas de
estado inteligentes y que se asignen recursos en cantidad suficiente para que
la ciudadanía (acompañada desde las organizaciones) pueda participar de un
cambio cierto hacia el dominio de lo sostenible.
Desde la
ciudadanía, conjunto soberano de actores, se hace necesario que desarrollemos
el pensamiento crítico que nos aleje de dogmas y prejuicios, educarnos en temas
sociales y ambientales, generar y fortalecer hábitos apropiados de
sostenibilidad, participar de procesos de depuración ambiental trabajando sobre
las causas y no contrarrestando permanentemente los efectos negativos de
aquellas, desarrollar la atención para poder “mirar y ver” y, quizá finalmente,
llegar a disfrutar de una fiesta que significaría una vida en un ambiente
progresivamente saludable dentro de una sociedad progresivamente educada.
Somos Ambiente
A su vez y para
cerrar estas ideas, debemos decir que así como expresamos que somos
Estado, también deberíamos decir: somos Ambiente.
Porque
naturaleza es una cosa, cultura es otra y ambiente es la relación que establece
una cultura determinada con la naturaleza. Por lo cual el ambiente es
un concepto humano de integración de dos subsistemas. Hoy se está hablando
de acoplamiento hombre-naturaleza para intentar aproximarse a
un renovado concepto de ambiente. No de hombre “en” la naturaleza, ni de hombre
“con” la naturaleza u hombre “y” naturaleza. No, sino de otro concepto, el de
unificación de ambas cosas en una nueva perspectiva.
Si en un
ejercicio teórico, pudiéramos eliminar al hombre del planeta, lo que quedaría
no es un ambiente “libre del hombre”; quedaría una naturaleza sin agentes
contaminantes, que es algo muy distinto.
Si pudiéramos
darnos cuenta que estamos relacionados de una manera u otra con las cosas
externas a nosotros y que los resultados que esperamos alcanzar a través de
nuestras relaciones (con objetos o sujetos) dependen del tipo y calidad de las
relaciones que establezcamos, entonces empezaríamos quizás a visualizar al
ambiente como algo que nos incluye y a su vez como algo propio, de nosotros
mismos, pues toda relación es una vinculación de por lo menos dos “puntas”, una
de las cuales está en nuestra mente y en nuestros sentimientos. Dentro, nunca
fuera.
La misma causa
que nos impide decir “somos Estado” es la misma que nos impide decir “somos
Ambiente”. Cuando resolvamos una, resolveremos las dos.
Y esto
significará que habremos dado el primer paso hacia una vida verdaderamente
sostenible, participante, cierta, en donde las referencias válidas para
nuestras conductas estarán sólidamente ancladas al mundo de la Ley Natural,
principio y fin de la sustentabilidad y no en nuestros prejuicios, nuestras
ambiciones y nuestra disfrazada confusión.
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